Al
mirar el cuadro de Velázquez pienso que la figura central no son las niñas, ni
mucho menos lo considero una representación de la familia de Felipe IV, ni
siquiera el mismo Felipe IV. Por el contrario, pienso que la figura central del
cuadro es el mismo cuadro, lo que representa, o en otras palabras, la figura
central a pesar de su ausencia, de su invisibilidad, se encuentra presente en
el cuadro en sí, en el conjunto de los personajes, en el espacio que en el que
estos interactúan. Es la representación del Estado, la versión de Velázquez del
Leviatán de Hobbes.
El
cuadro fue pintado en el año de 1656, 8 años después de la Paz de Westfalia,
cuando surge la figura del Estado, el comienzo de la modernidad política y a
escasos 5 años de que Hobbes publicara su libro “Leviatán. O Materia, forma y
poder de una república eclesiástica y civil” cuya portada era también una
representación de lo que Hobbes consideraba que era el Estado.
La imagen de la portada del libro de Hobbes representaba al Estado como un gigante
formado por una multitud de personas unidas sin vínculo alguno. Esto es
fundamental pues la figura hobbesiana representa la asociación y la disociación
de las personas. Se disuelven los vínculos comunitarios anteriores al pacto
social. Esto en cuanto que las relaciones pre-pacto, lo que Hobbes catalogará
como el estado de naturaleza, estaba caracterizadas no por una distinción
política específica entre amigo y enemigo, sino por una relación de
enemigo-enemigo, lo que Hobbes resumirá en su máxima Homo hominis lupus, esto en cuanto que era la enemistad lo que se
compartía (he ahí la esencia de la communitas,
es decir el intercambio común y recíproco).
Considero
que es importante recordar que la paz de Westfalia inaugurará la modernidad en
el pensamiento político, cuyo meta-relato sobre el que se fundamentará la
obligación política moderna será la figura del contrato social. Los
contractualistas suplantan la idea del poder derivado de los dioses por la idea
de la sucesión del poder a un soberano por medio de un contrato social entre
humanos racionales –buenos, malos o libres, depende del autor- que han decidido
abandonar su estado natural y unirse en sociedad.
Con
el contrato social, se rompe con este tipo de asociación, la disuelve, y se
instaura así una nueva concepción individualista en el que cada persona cede
poder a un soberano que regulará la “naturaleza humana”. De ahí que las
personas son asociadas, sin vínculo alguno, en un espacio determinado. Sujetos,
por el miedo, a la autoridad, surgiendo así una nueva forma de relación, pero
esta ya caracterizada por la distinción política específica entre amigo y
enemigo. A este último se le declarará una guerra para mantener la unidad
resultante. No es de extrañar que en teoría política, teóricos como Carl
Schmitt sostengan que la guerra es el fundamento de la política, su inminencia
posibilita la política.
Pero,
¿y esto qué tiene que ver con el cuadro de Velázquez?
Pienso
que por la proximidad cronológica y espacial con la Paz de Westfalia (1648),
del que será parte el mismo Felipe IV, y con la publicación en 1651 del
Leviatán, ambos sucesos en el mismo continente europeo, y por su gran
importancia, el cuadro de Velázquez se encuentra inmerso en la vorágine
política de la época.
A
diferencia de la portada del libro de Hobbes, Velázquez invisibiliza al
gigante, lo que le concede más realidad, en cuanto que el Estado como
abstracción se caracteriza por su ausencia. Y sin embargo, se haya presente por
el vínculo de todos sus personajes, unidos todos, en el mismo espacio, pero sin
vínculo alguno más que el acuerdo, el contrato social que les permite estar
juntos. No la considero una representación de la familia real, pues, a pesar de
la imagen de fondo, los reyes están ausentes, mientras que aparecen personajes
que no son parte de la realeza.
Lo
que une a los personajes, y he aquí el elemento hobbesiano del cuadro, es el
miedo. De ahí que todos los personajes observan al poder, están sujetos al
poder. Observan la ley, pues esta es la que los reúne en el cuadro, esto es, en
el espacio sobre el cual se ejerce el poder, la soberanía. No es de extrañar,
entonces, que al espacio del cuadro se le refiera como la habitación real.
Las
miradas son fundamentales, pues considero que representan la sujeción al poder.
Resulta interesante que la mayoría de los personajes tienen la mirada enfocada
hacia el frente, hacia el ausente, el estado. Y cada uno de los personajes mira
al ausente desde su propia condición. La enana, grotescamente pintada,
representaría a los grupos populares, los otros
súbditos, y su mirada representaría la observación que tienen estos del
Estado. Al fondo, el punto de fuga del cuadro, la mirada de quien huye, siempre
atenta, fijada hacia la ausencia. Su huida debe valerse de observar el accionar
de quien huye.
Las
2 niñas que rodean a la infanta considero son de gran importancia no sólo por
sus miradas, sino también por sus acciones, la reverencia y la servidumbre,
esto es, la sujeción al poder. Una mira directamente al Estado, reverencia al
poder. La otra mira a la infanta, que considero es la representación de la
sucesión del poder, elemento con el que los contractualistas eliminan la idea
de la derivación divina del poder. Además, esta niña sirve a la infanta, acata
una orden. Ambas observan a la ley, creada por el poder.
El
pintor, con su mirada fija hacia la ausencia, con el pincel en la mano, listo
para crear las manifestaciones artísticas y culturales necesarias para la
constitución de un imaginario colectivo, el nacionalismo, que para la época era
una cuestión de las élites, no es de extrañar que el pintor sea el de la
realeza.
Tras
las niñas se encuentran 2 personajes representan la vigilancia y la disciplina.
Roles que posteriormente ocuparán la policía y la educación. Considero que son
quienes instruyen, resguardan y disciplinan a las nuevas generaciones en la
observancia de la ley.
También
está la figura del niño, que observa y pisotea al perro. Considero que esta es
la representación de una de las promesas de la modernidad: el dominio de la
naturaleza. Esta se postra ante la humanidad moderna, su existencia ahora
depende de la voluntad del poder.
Hay
también una mirada que considero importante rescatar: la mirada del observado,
del ausente. Es el ojo del poder, quien todo lo ve: observa quienes le acatan y
le reverencia, a quienes tratan de huir, al pueblo, a quienes educan y vigilan,
a la cultura, representada en la figura del artista, a la naturaleza y a quien
la explota, a quienes le suceden en el poder, incluso se observa a sí mismo.
Esta mirada del ausente, representaría al panoptismo que describirá siglos
después Jeremy Bentham, es decir, la capacidad de vigilancia del Estado, pues
este precisa de vigilar la observancia a su poder. De ahí que en la
representación hobbesiana, el leviatán aparte del cetro del poder soberano, tiene
en una de sus manos la espada, con la que hace valer su ley. El derecho, sin
violencia, sin la capacidad de castigo, queda sin efecto.
Por
último, me gustaría referirme a la figura al fondo, a la que perfectamente
podríamos pensar que es espejo, y que en él se proyectan las imágenes de los
reyes, es decir, de la autoridad, pero lo interesante es que en el espejo sólo
se reflejan los reyes en sí mismos, los otros personajes que se encuentran en
el cuadro, frente al espejo, no se ven reflejados, ni las niñas, ni el pintor,
por lo que perfectamente podría ser, más bien, un cuadro y no un espejo. Que
este cuadro se ubique al fondo y la infanta, por el contrario, se encuentra en
el centro del cuadro, lo que considero que podría significar es la sucesión del
poder. En La paz de Westfalia se manifestaron ya los signos de la decadencia
del reino de España para tiempos de Felipe IV. En otras palabras, la Paz de
Westfalia marcó los comienzos del fin de la figura monárquica y el surgimiento
de la figura del Estado-Nación.
De
ahí que no sea extraño que la infanta Margarita de Austria se encuentre en el
centro de la obra: Ella nace en 1651, año en el que Thomas Hobbes publica “El
Leviatán”, texto que marcará y transformará toda la teoría política hasta nuestros
días.